sábado, 27 de agosto de 2016

El cartero que no teme al perro.

La ciudad de Berna comienza a emplear para el reparto postal a pequeños robots



Habrán vuelto los vinilos y los casetes de música, pero no hay que engañarse: la nueva tecnología, por lo general, se apresta a arrinconar toda nostalgia por los tiempos analógicos. Despojados de toda la palabrería técnica con que se les ha querido bautizar, los dos pequeños robots de la imagen no son más que pequeños carteros.


Aunque aún deberán pasar un periodo de prueba en septiembre, desde ayer forman parte de la plantilla del servicio postal suizo en Berna. Quién sabe si podrían desplazarse más deprisa, pero presumen de moverse al paso de una persona. En su austera imitación de los humanos, solo circularán por la acera y los pasos de cebra.

No se ven aún por las calles, pero los robots carteros se han hecho fuertes en los laboratorios. Hace solo unos días, la Universidad de Stanford presentaba el último: un droide pensado para entregar cartas y pequeños paquetes, incluso en mitad de erráticos grupos de humanos. Obsesionada con lograr robots que fueran la viva imagen de una persona, la técnica ignoró durante años destrezas innatas y discretas, como la de moverse en medio de una multitud sin chocarse. Una rama briosa, la llamada robótica de enjambre, persigue que miles de pequeños autómatas sepan coordinarse solos para ejecutar una tarea común. Los robots mimetizan la textura de la piel y la empatía de la mirada, pero también la complejidad, tan difícil de reducir a algoritmos, del sentido común humano.

Los nuevos carteros de Berna suscitarán el recelo no solo de sus pares de carne y hueso, sino de tecnófobos activistas o de meros fans del trato humano. Lo advirtió Isaac Asimov: “La computerización elimina a los intermediarios”. Pero véase su llegada a las calles de otro modo: en tiempos del WhatsApp y los teclados predictivos, estos nuevos carteros seguirán entregando cartas en papel, muchas incluso manuscritas.

Los robots viven un momento dorado. Durante años permanecieron opacados por la avalancha la electrónica de consumo. Ahora, confundidos en un torrente que de continuo vomita novedades, habrá que buscar un denominador común para ordenarlos. Valga a modo de prueba este: cada vez nos prestan más servicios y, al tiempo, para funcionar cada vez nos necesitan menos.

El País

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