domingo, 22 de enero de 2017

El mundo que perdemos

El mundo que perdemos


Lo dijo Tony Judt: nuestro añorado siglo XX se ha convertido en un palacio de la (des)memoria que nos tomamos con confiada ligereza. Quisimos dejar atrás sus luchas, sus dogmas, sus ideales, sus temores, y entramos en el siglo XXI con algunas precipitadas certezas: el triunfo de Occidente, el final de la historia, el momento unipolar de Estados Unidos, el avance de la globalización y el libre mercado. Esa complacencia acrítica con el statu quo nos hizo olvidar las lecciones del pasado, como si los debates políticos y filosóficos de la Ilustración se hubieran consumido en las hogueras de la revolución.

La caída del muro de Berlín certificó la vigencia de una única explicación liberal del mundo, según nos contó Fukuyama. Sin embargo, muchas democracias no supieron incorporar las premisas liberales —pluralismo, libertad, derechos humanos—, mientras que países como China o Rusia abrazaban el aspecto neoliberal de un capitalismo sin democracia. La distinción entre comunismo y liberalismo dejó de ser útil para entender nuestro tiempo y cobró un renovado sentido la pregunta de Judt: “¿Qué es lo que hemos perdido en nuestra prisa por dejar atrás el siglo XX?”.

Entre otras cosas, perdimos un sistema de ideas que nos ayudara a pensar políticamente el siglo XXI. Su ausencia explica la emergencia de simplificaciones populistas como una reacción instintiva antes que como verdaderos proyectos políticos alternativos. Este agotamiento de las energías políticas se traduce en disputas crematísticas y geopolíticas entre el desarrollismo autoritario y las antiguas democracias, que ahora juegan al patriotismo económico con dudosas políticas de la identidad. Así, los fines colectivos siguen describiéndose en términos económicos: globalización, guerras comerciales, eficacia, crecimiento.

El Brexit o Trump no se explican por el triunfo de una ideología, sino por la falta de opciones políticas cuando parece que el capitalismo es lo único que sigue importando. También lo advirtió Judt: las democracias apolíticas dejarán de funcionar o volverán a la política de la frustración o del resentimiento populista. Les suena, ¿verdad?

 @MariamMartinezB

domingo, 15 de enero de 2017

Adiós, 2016, adiós

Adiós, 2016, adiós

VUELO SIN MOTOR " el amigo Félix "





Félix Teira.


En 2016 germinaron las simientes negras sembradas en el 2008 dando paso a un tiempo inquietante. La secuencia de acontecimientos es la siguiente: El capitalismo sirvió al progreso cuando selló un pacto tácito con la socialdemocracia y los beneficios alcanzaron a todo el cuerpo social. Con la socialdemocracia en declive, el capitalismo especulativo falleció de éxito en el 2008. Mucho antes había caído el Muro de Berlín y desapareció el comunismo que había servido de dique de contención. El capitalismo especulativo era el gallo del corral, carecía de función social y su misión era engordar hasta reventar de hartazgo. Y lo logró. Cayeron bancos que nos habían estado estafando y los que no quebraron hubo que apuntalarlos con dinero público. La crisis desestabilizaba occidente.
¿Y quiénes se hundían? Los pobres, como siempre. Siguieron ocho años de recortes, estúpida austeridad y desmantelamiento parcial del estado de bienestar. El mensaje subliminal era corrosivo: la democracia no resolvía los problemas del ciudadano, estaba a la vista. Los vigilantes de la playa financiera habían mirado hacia otro lado mientras el mar se llenaba de cadáveres de cajas de ahorro.
Si la democracia no mejora la vida diaria, el ciudadano apuesta por un caballo diferente, aunque sea peligroso. La argumentación es simple: si con los de siempre, derechas o izquierdas, me va mal, voy a probar con los puros. De paso les hago una peineta a los partidos tradicionales que no me resuelven nada. La crisis es el principal combustible para el crecimiento de la extrema derecha.
Con este afán de aventura acabaron dos procesos electorales de resultados inauditos y consecuencias impredecibles. El brexit es una patada a una de las utopías más hermosas del pasado siglo: una Unión Europea que caminara hacia la unión política con un mensaje de progreso económico y social inequívoco; es cierto que lleva una década languideciendo, optando por las patrias y dirigida por políticos cegatos incapaces de encender la llama del entusiasmo. Si gana Marine le Pen en Francia se enterrará el proyecto. El otro proceso electoral ha llevado a Trump, un millonario excéntrico, a la presidencia del país más poderoso. Su programa pregona un proteccionismo rampante, trufado con inversiones keynesianas en obra pública, y prevé aspectos demenciales: valla con México, deportación masiva de inmigrantes, prohibición de entrada temporal en EEUU de musulmanes, negación del cambio climático, acercamiento a la Rusia de Putin... El mundo, votantes de Trump incluidos, aprieta las nalgas pensando en el futuro. ¿Llevará a cabo lo anunciado? ¿Fue de farol para ganar la presidencia?
Un grupo aplastado por la crisis es el de inmigrantes y refugiados. Cuando las cosas van mal lo primero que se pierde es la solidaridad. El rechazo a los inmigrantes está en el fondo de los resultados del Brexit y las presidenciales americanas. Mientras tanto el Mediterráneo, cuna de la civilización, se está convirtiendo en cementerio de hambrientos y huidos.
Por todo ello, adiós al año pasado y bienvenido el 2017. Prometo escribir artículos más optimistas, en los que los fines sociales convivan con un capitalismo humano que nos saquen de la crisis con pleno empleo y cotas de igualdad. Usted y yo pondremos nuestro grano de arena para que así sea. ¿O no?.
*Escritor

La sombra de Sainz de Varanda


La sombra de Sainz de Varanda
Su legado, mal que les pese a algunos, brilla con luz propia.




CARLOS PÉREZ ANADON

Hace unos días el hijo del primer alcalde constitucional de Zaragoza, Ramón Sainz de Varanda, hacia una reivindicación pública de su figura, a través de Facebook. Para sorpresa de muchos, incluso tal vez del propio Fernando Sainz de Varanda, este recordatorio lanzado en las redes ha tenido un amplísimo eco, y un apoyo tan variopinto como cariñoso. El legado del primer alcalde socialista de la transición, por lo que vemos, sigue vivo en la memoria de muchos zaragozanos, que le recuerdan como el constructor de la Zaragoza moderna, convirtiendo el ayuntamiento en pieza esencial del Estado del Bienestar.
Muchos se preguntarán: ¿y que necesidad tenía el hijo de Sainz de Varanda de reclamar respeto por la figura de su padre, 31 años después de su muerte?. La respuesta es sencilla y a la vez compleja. Todo viene a cuenta de una campaña callejera emprendida por algunos sectores de la izquierda radical zaragozana, en la que siguiendo esa treta de reflejar el mundo con el esquema de buenos y malos, colocaban a Ramón Sainz de Varanda como colaborador de la oligarquía local. Dicho de otro modo, como un alcalde socialista al servicio exclusivo de los poderosos, olvidándose del pueblo y de su condición socialista.

No es mi intención repasar aquí los muchos logros y avances de la etapa de Ramón Sainz de Varanda como alcalde, porque su gestión se defiende sola. Para quien quiera refrescar la memoria, les recomiendo consultar el documentado artículo que Nicolás Espada, subdirector de este medio, publicó en enero de 2016, a propósito de los 30 años de su fallecimiento. O les invito a releer en Facebook los más de 500 comentarios al texto de su hijo Fernando, que fue ampliamente compartido. Sí me interesa situar este caso, vamos a llamarle así, para comentar la situación actual. Porque todo está conectado.

Asistimos a una etapa de gran fragmentación política, en medio de una complejidad política que no está haciendo fácil la vida municipal zaragozana, la nacional y la mundial. Somos una de las ciudades del cambio (risa me da recordarlo, en el día a día del ayuntamiento) y asistimos a nuevas formas de gobierno, dicen el alcalde y sus concejales. Todo desde el pueblo y para el pueblo -proclaman- como si no hubiera pasado, como si ellos se hubieran encontrado el ayuntamiento que se encontró Ramón Sainz de Varanda a la salida de la dictadura. Haciendo caso omiso de la realidad, y más todavía de la verdad, dividen el mundo zaragozano, con rotundo maniqueísmo, en antes y después de ZeC.

Desde esta lógica simplificadora pero efectista, antes de ZeC todo fueron tinieblas, decretos y fracasos. Ahora todo es transparencia, consultas y éxitos. Para hacerlo más creíble, pues la realidad se pone a menudo tozuda, hay que buscar pilares argumentales que sostengan la pieza teatral. Una, la más vieja y recurrente, es buscar culpables fuera, a los que endosar los errores propios y sobre los que expiar las contradicciones internas. Obviando, claro, la minoría numérica del equipo de gobierno y las divisiones internas de una coalición improvisada.

Así, el equipo de Santisteve no puede gobernar como se esperaba porque no le dejan los demás, sobre todo los socialistas. Más aún: porque hay unos sectores poderosos que manejan los hilos del ayuntamiento y la voluntad de los concejales, entre ellos los socialistas, ya desde tiempos de Sainz de Varanda. Nadie en el gobierno municipal se plantea si el análisis que hacen de la ciudad es el correcto (recuerden la emergencia social, que están atendiendo básicamente con los mismos equipos y presupuestos que nosotros). Nadie se pregunta si las propuestas a los problemas son las adecuadas. Tampoco parece preocupar algo tan trascendental como definir qué modelo de ciudad se quiere. O más crucial aún: dónde vamos.

En el debate del estado de la Ciudad le trasladé al alcalde la preocupación por la paralización de la ciudad y el riesgo de perder cuatro años. Planteé la necesidad de reforzar las políticas de empleo y el apoyo a la economía local, pues mal podemos repartir la riqueza que no se produce. Planteé también mi preocupación por el futuro de la izquierda en Zaragoza, en el convencimiento de que nuestros desencuentros son oxígeno para otros, y ésa es responsabilidad de quien tiene la vara de alcalde. A esto podríamos añadir otros elementos para el pesimismo, entre ellos el miedo de los concejales de ZeC a tomar decisiones, ocultado en ocasiones con consultas populares. Y es que, llegados a este punto, deberíamos exigirle a alguno de ellos que dibuje claro sus propios límites: sistema o antisistema. Difícil luchar contra el sistema formando parte de él. Complicado jugar a la crítica rebelde y al enfado cuanto eres el inquilino de los despachos del poder. Son contradicciones que tienen que gestionar para no acabar en ocurrencias.

A estas alturas alguien se preguntará, ¿y por qué seguís apoyándoles? La respuesta es compleja pero nítida: porque creemos en una oposición útil, porque ser del PSOE es sinónimo de ser responsables, y porque nos sentimos garantes de políticas progresistas y de la igualdad social. Lejos de nosotros la tentación de jugar con los intereses de todos los zaragozanos, que nos piden diálogo, presupuestos y acuerdos. Nuestra posición como grupo no es cómoda, tampoco está siendo un camino de rosas nuestra relación personal con las gentes de ZeC. Pese a todo, queremos ser responsables.

Apelamos a nuestro sentido de la responsabilidad siendo conscientes de que hoy este valor no cotiza en política. Renta más la crítica despiadada, la lucha contra enemigos invisibles, las promesas sin recursos, los sueños alejados de la razón, la dialéctica buenos y malos. Esperamos que el tiempo ponga todo en su sitio, sin renunciar a los principios que nos han permitido hacer de Zaragoza una gran ciudad, siguiendo el camino de ese gran alcalde que fue Ramón Sainz de Varanda, cuyo legado, mal que les pese a algunos, brilla con luz propia. Muy oportuna, Fernando, tu reivindicación.

*Portavoz PSOE-Zaragoza

La izquierda divagante


Lamban está hoy maniatado políticamente por un Echenique preocupado solo por su futuro.





JAIME ARMENGOL

E l estado de la política aragonesa en este inquietante inicio del 2017 vendría a ser el siguiente. El presidente Javier Lambán quiere (necesita) pactar a toda costa unas cuentas de la DGA con Podemos mientras Pablo Echenique quiere (necesita) dinamitar puentes con los socialistas para sobrevivir hasta que sus santones escriban un nuevo testamento en Vistalegre II. El primero apela a un pacto de izquierdas «para implementar políticas progresistas» tras una larga etapa de recortes, ajustes y sacrificios y el segundo duda directamente de que el PSOE sea un partido de izquierdas y evoca la investidura como un mal recuerdo. A un lado de esta escena, el resto de los partidos vegeta, aguardando que los aliados por un día (para sustituir a la popular Luisa Fernanda Rudi en el Pignatelli o para ocupar la poltrona de La Aljafería), se despedacen. Salvo CHA que va a lo suyo, aprovechando las oportunidades que le ofrece su presencia en el Gobierno, ni PP, ni PAR ni Ciudadanos están interesados en molestar a los titanes en su pelea. Y en medio de ese bucle, quienes simplemente ansían un Aragón mejor desde su autogobierno, con nuevas inversiones, novedades en los servicios públicos y más apoyo a los desfavorecidos, progresos posibles solo si hay presupuestos, siguen anonadados el espectáculo.

Para entender lo que está ocurriendo, que no es tan nuevo como algunos creen, acudo al pensamiento de quienes dedicaron años a escrutar y analizar a la izquierda española del siglo XX. En su ensayo El Mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha (Ediciones B, 2003) el profesor Gustavo Bueno constata con meridiana claridad el antagonismo entre ambas ideologías no solo por sus diferentes planteamientos políticos, sino por la univocidad de las derechas frente a las izquierdas. «Se puede hablar de la derecha –argumenta el filósofo fallecido el año pasado-- pero no de la izquierda. Las izquierdas son muy diversas y están en conflicto, a veces a muerte, entre sí. No cabe hablar de una unidad de fondo entre las izquierdas ni reconocer ningún sentido a aquellos que afirman ser de izquierdas de toda la vida». Y clasifica las izquierdas en diferentes corrientes o tendencias, definidas (radical, libertaria, socialdemócrata, comunista, asiática) o indefinidas (extravagante, fundamentalista, divagante…).

Con la lectura del libro de Bueno contrasto algo que hacía tiempo buscaba: una definición más o menos exacta para la izquierda que dicen representar en Podemos. La que más se ajusta es la de izquierda divagante. Porque divagar es lo que viene haciendo la formación morada, al menos en Aragón, desde que en julio del 2015 apoyó la investidura de un presidente socialista, separándose desde entonces de su objetivo inicial que no era otro que apear al PP de la presidencia de la DGA,.

Un objetivo del que parece hoy desvinculado y al que apenas se acercó de nuevo cuando en verano pasado hubo de ser sustituido el socialista oscense Antonio Cosculluela como presidente del Parlamento autonómico. Podemos vio la oportunidad de cooptar esa vacante de poder y pidió al PSOE apoyo a su candidata Violeta Barba. Solo unas semanas después, en noviembre, Echenique olvidó el cambio de cromos con Lambán e impuso un documento que habría de guiar la acción de Podemos Aragón (Lurte, una avalancha social y democrática para construir el Aragón del futuro), distanciándose definitivamente con afirmaciones tan tajantes como ésta: «Hoy, tras la investidura de Mariano Rajoy con la complicidad del PSOE, nuestro compromiso con el Gobierno Lambán prescribe. Hoy no tenemos más compromiso que con nuestro pueblo y Podemos Aragón debe prepararse para este cambio».

Aprobar este memorando supuso una profunda irresponsabilidad para una organización política divagante, que vino a cambiar cosas pero que hoy parece a años luz de su objetivo, con un líder regional, Pablo Echenique más afanado en salvar su estatus en Podemos Madrid que en cualquier otra meta. Cuando Javier Lambán ignora esta realidad y retiene el envío de los presupuestos a las Cortes, ante el riesgo de que sean aprobados con apoyo del PP, Ciudadanos o el PAR, como desearía Echenique, hace un simple ejercicio de escapismo. Ambos líderes se reunieron el jueves en el Pignatelli bajo un retrato de Ramón y Cajal. A él aludió Lambán en su toma de posesión, pidiendo a los grupos trabajo y dedicación, rememorando una frase en la que el premio Nobel aseguraba que «solo merecían la gloria los hombres que embellecen, mejoran y esclarecen algo el mundo que habitamos». ¿Realmente cree Lambán que será acreedor de esa gloria, entendida como reconocimiento cívico y moral a los servicios prestados, si sigue meciéndose en brazos de una izquierda divagante que tan bien representan hoy en Aragón Podemos y Echenique?

* Director de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN