lunes, 13 de febrero de 2017

Salvapatrias y salvamundos


VUELO SIN MOTOR
" el amigo Félix "

FÉLIX TEIRA 
Va a leer un párrafo que, si es español auténtico, le subirá la tensión arterial un dígito, aumentará las pulsaciones y le hará secretar adrenalina. Algunos notan cierto calor en el pubis; el patriotismo, provoca orgasmos. Es preferible que lo lea en voz alta. Concéntrese. ¿Está preparado? Ahí va:
«Vamos a volver a hacer grande España. Los ciudadanos de España nos hemos unido en un esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y para devolver nuestras promesas a toda nuestra gente. Vamos a hacer a España fuerte, la vamos a hacer rica, orgullosa, segura y, juntos, la vamos a hacer grande de nuevo. Recuperaremos nuestros trabajos. Recuperaremos nuestras fronteras. Recuperaremos nuestra riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños. Los olvidados y olvidadas de nuestro país dejarán de estar olvidados. Nunca volveréis a ser ignorados. A partir de ahora una nueva visión va a gobernar nuestra tierra: España, primero».
Es un extracto del discurso de Trump en la jura de su cargo como presidente de EEUU. Se ha sustituido el nombre de EEUU por el de España. Podría añadir que los españoles construiremos un muro desde Ayamonte hasta Cartagena que pagarán los africanos. Trump utiliza inteligentemente el fervor patriótico para captar voluntades. Sus votantes están satisfechos; ya veremos cuando pasen los años. El recurso patriótico, en el que se especializan los nacionalistas, es usado con diversa intensidad por casi todos políticos. Y casi siempre da resultado porque tenemos tatuado en la memoria de la especie el tribalismo. Durante milenios la tribu nos protegió y nos proporcionó identidad. Edward O. Wilson, en La conquista social de la tierra, sostiene que el instinto de formar grupo y nuestra propensión al etnocentrismo es un hecho incómodo pero cierto. En experimentos sociales, cuando se proyectan imágenes de personas de otra raza, la amígdala, el centro cerebral del miedo y la cólera, se activa inconscientemente.
Si surge un dilema entre la patria y los otros, el patriotismo se impone. A principios del siglo XX los partidos socialistas europeos se reunían en la Segunda Internacional. En las sesiones se alertó sobre la carrera armamentista y la necesidad de estar unidos contra la guerra inminente. Imperaba el espíritu de clase y solidaridad por encima de las divisiones artificiosas de las fronteras. Hasta que se abrió el gran matadero. Cuando estalló la I Guerra Mundial, los obreros corrieron a alistarse para pegar tiros, matar extranjeros y defender a la patria en peligro. Somos así. Pero también hemos evolucionado. Después de miles de enfrentamientos entre tribus o naciones vecinas caminamos hacia los derechos universales. Incluso hemos aceptado que: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos». ¿También los de la nación enemiga?
LA PUGNA ENTRE nacionalismo y globalización es la lucha entre el instinto y la inteligencia. Está detrás del atasco de la UE, del brexit y es utilizada por todos los retrógrados. En efecto, fuimos así, pero el sapiens está siempre progresando. Si lo duda lea el sorprendente primer capítulo de Homo Deus, de Noah Harari. Mientras tanto, aún ganarán muchas batallas los salvapatrias independentistas o los salvamundos como Trump.
*Escritor

sábado, 11 de febrero de 2017

Buses felices, usuarios cabreados

EL ARTICULO

MARGARITA BARBACHANO
Imagina tu bus, así se llama lacampaña que el Ayuntamiento de Zaragoza se ha sacado de la manga, junto con la Federación de Asociaciones de Barrios (FABZ) y la empresa AUZSA para enseñarnos a los usuarios el correcto uso del bus. En serio, han leído bien, no es broma. Incluso han contratado a nueve «agentes comunitarios» que ayudarán a los viajeros a conocer el reglamento de uso, la utilización correcta de los vehículos y corregir los malos hábitos que complican el buen clima a bordo. Textual. Menos mal que esta brillante y espectacular iniciativa la costea con 75.000€ la empresa.
Osea que a la emprendedora concejala Artigas es todo lo que se le ocurre para mejorar el servicio de mierda que ofrecen los Urbanos de Zaragoza. Esta señora, responsable de la movilidad de la ciudad, junto con su compañero Cubero y el alcalde Santisteve permitieron una huelga salvaje de cuatro meses. Consintieron que durante la misma los conductores hicieran bajar a los viajeros del bus cuando entraban en su «horario de huelga», en pleno invierno y a veces en descampados. Cerraron los ojos cuando los usuarios sufríamos esperas de más de una hora en las paradas. Supieron o deberían saber que en las paradas los vehículos pasaban de largo a toda velocidad, o que dentro teníamos que soportar frenazos peligrosos y hacinamientos agobiantes, impropios de un servicio por el que se paga un precio.
Todo eso pasó. Ahora queda otra realidad, consecuencia de la anterior: los buses arden en verano y en invierno, su mantenimiento es inexistente, la empresa no se gasta un duro en mejoras técnicas, y siguen circulando vehículos destartalados que se caen de viejos. Un conductor me dijo el otro día, mientras esperábamos a que arreglaran algo del motor, que había llegado a conducir con los frenos en mal estado (lo he suavizado porque dijo «sin frenos»).
Y ahora nos salen con una campaña ridícula para que sepamos cómo usar el autobús. Cuando lo obvio es enseñar a la empresa a cumplir con un servicio de calidad, que no maltrate a los usuarios como lo viene haciendo desde hace años. El buen rollito que se marcan con esta payasada, pensada para niños de primaria, es solo propaganda para intentar recuperar la confianza del usuario que ha dejado de coger el bus porque está hasta las narices de un servicio público que no funciona. Las asociaciones de vecinos (que no abrieron la boca en favor de los usuarios durante la huelga) y el ayuntamiento se deben creer que los usuarios del bus somos tontos de remate al tratar de vendernos humo, caramelos y teatro a bordo en lugar de cambiar las ruedas, los motores, los frenos, la suspensión o la renovación de la flota.
Como la canción de John Lenon, Imagine, no nos podemos imaginar un mundo feliz cuando el transporte que nos lleva hacia esa utopía se convierte muchas veces en un auténtico infierno.
*Periodista y escritora

miércoles, 8 de febrero de 2017

El efecto Dunning-Kruger

Uno de los rasgos más sobresalientes de la era política que nos ha tocado vivir es, para muchos, el rechazo de lo técnico, de los expertos.







JORGE GALINDO


Era el 19 de abril de 1995. En Pittsburgh, Pensilvania, un señor llamado McArthur Wheeler decidió robar un par de bancos. Lo hizo sin protección ni máscara alguna, dejando que la luz de la mañana permitiese que las cámaras de seguridad le grabasen perfectamente. Fue detenido a las pocas horas. Cuando le apresaron, dijo incrédulo: “¡Pero si me puse el zumo!”.

Cualquiera recuerda de su niñez que el zumo de limón se utiliza para hacer tinta invisible y así escribir notas secretas. Pensando probablemente en su propia infancia, el señor Wheeler predijo que embadurnarse la cara con este jugo impediría que sus rasgos fuesen registrados en la cinta. Obviamente, no funcionó. Pero a los psicólogos David Dunning y Justin Kruger les sirvió para empezar a investigar el efecto que lleva su nombre: aquel según el cual la falta de conocimiento sobre un tema específico lleva al individuo a sobreestimar (a veces de manera descomunal) su conocimiento sobre el mismo.

Uno de los rasgos más sobresalientes de la era política que nos ha tocado vivir es, para muchos, el rechazo de lo técnico, de los expertos. Muchas veces se atribuye a un furioso antielitismo. Pero, ¿y si tuviese algo de efecto Dunning-Kruger encerrado en sí mismo?

La sensación de seguridad que proporciona un entorno informativo hecho a medida es inconmensurable. La ya famosa cámara de eco de las redes sociales, el menú fragmentado de fuentes que supone Internet, donde podemos evitar lo que no nos gusta y quedarnos en la comodidad de lo conocido, va más allá de reforzar nuestros prejuicios: tal vez nos hace pensar que sabemos más de lo que realmente sabemos.
Las burbujas tecnocráticas también albergan esta tendencia, por descontado: son, al fin, comunidades de expertos que se sienten cómodos reforzando sus creencias previas. La diferencia crucial es que en última instancia dependen de la ciencia, lo cual significa que tienen (en teoría) cierta capacidad de autocorrección en el largo plazo. Pero eso no sucede en Twitter, ni en Facebook, ni en WhatsApp. Ahí no tenemos a nadie que nos diga, de cuando en cuando, que el zumo de limón no nos hará invisibles.

.@jorgegalindo