martes, 7 de junio de 2016

Aznar y yo

Al expresidente su soberbia le impide ver los efectos de sus manifestaciones públicas



JULIO LLAMAZARES
 
 
Siempre que veo a Aznar dirigirse al mundo desde su autoridad moral, política e intelectual indicando con el dedo el camino a seguir y advirtiéndonos de las consecuencias de no seguir sus consejos me acuerdo de una frase que mi padre nos decía siempre a sus hijos cuando lográbamos algún triunfo, fuera del tipo que fuera: recordad: un listo se recupera de un éxito, un tonto jamás.
 
Por los años noventa, cuando el joven Aznar llegó al Gobierno de España a rebufo de la corrupción socialista y de la prepotencia de un Felipe González ya abatido por aquélla, seguramente siguiendo el consejo de un asesor cultural que venía de las filas comunistas comenzó a nombrarme entre sus escritores preferidos junto a Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Landero y alguno más; todos jóvenes entonces y ninguno de su cuerda ideológica, cosa que le hacía parecer más abierto que sus predecesores en el liderazgo de la derecha, cuyos referentes literarios eran Cela y Delibes como mucho. En concreto, Aznar empezó a decir que su novela favorita era una mía, Luna de lobos, sobre los maquis, cosa que a mis vecinos y a algunos familiares muy lejanos les llenaba de satisfacción. Hasta me felicitaban por la calle en aquel tiempo sin saber que para mí la elección de Aznar, en vez de enorgullecerme, me llenaba de estupefacción ¿Cómo podía ser que alguien que representaba lo más opuesto a lo que yo pienso de la vida me tuviera entre sus autores preferidos y citara entre sus favoritas mi novela más roja y más radical? ¿Sería verdad aquello de que los escritores solo somos responsables de los libros que escribimos, nunca de nuestros lectores?
 
Los políticos, en cambio, sí que son responsables de sus declaraciones, pero eso parece que a Aznar, que vive hibernado en su fundación casi todo el tiempo pero que cuando se despierta y sale a la calle es para morder el cuello de alguien, da igual que sea enemigo que amigo, le trae completamente sin cuidado, pues su soberbia le impide ver los efectos de sus manifestaciones públicas. Y lo peor es que se las cree, como se cree un gran estadista, de esos que pasan a la historia por su capacidad para anticiparse a ella. Aunque aún es mucho más duro tener que soportarle esa expresión, como de estar por encima de todos los demás, que tanto gusta de exhibir y que a mí, además de recordarme el consejo de mi padre sobre los éxitos, me trae siempre a la memoria la frase mantra del Reverendo, el desaparecido pianista y compañero inseparable de conciertos musicales de Wyoming: “Toda mi vida he luchado por no ser como tú”.
 
El País.

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