domingo, 1 de noviembre de 2015

Época de cambios

Todos coinciden en señalar que existe una crisis institucional que obligará a hacer grandes cambios, colocando en primer lugar la que consideran inevitable reforma de la Constitución.


Época de cambios

Son muchos los que señalan en los ámbitos políticos y periodísticos que estamos ante el final de un ciclo histórico y esperan con ansiedad a las próximas elecciones con la esperanza de que los resultados corroboren sus previsiones. Unos lo viven con preocupación, por el temor de que se “instale” la inestabilidad, otros son presos de su novelería, siempre a la búsqueda de emociones fuertes sin tomar en cuenta las consecuencias que de ello se puedan derivar. Pero los unos y los otros, temerosos y noveleros, coinciden en señalar que existe una crisis institucional que obligará a hacer grandes cambios, colocando en primer lugar la que consideran inevitable reforma de la Constitución
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La grave crisis económica, que ha afectado con fuerza a Europa y especialmente a España, deriva del proceso de financiarización de la economía que ha traído la tan alabada globalización.

Los efectos de la crisis han provocado el descontento de los afectados por la falta de empleo, por los empleos precarios y cada día peor pagados y por los numerosos desahucios de las viviendas. Este descontento se ha polarizado en una desconfianza de la acción política y de los políticos, lo que ha trastocado el mapa electoral español.

Algunos medios de comunicación, particularmente algunas cadenas televisivas, apostaron por jalear y potenciar la fórmula política que más rechazo expresara de las instituciones democráticas y anunciaron el espectacular triunfo que cosecharía tal formación política. No parece que vaya a ser así, sino que otra fuerza política más calmada, sin extravagancias para llamar la atención, podría ser la beneficiada por la indiferencia de los electores que merece la formación política tradicional gobernante, por su ineficacia en la solución de los problemas, por el aumento de la desigualdad y por los múltiples casos de corrupción.

Hoy se contempla como un resultado probable que los partidos mayoritarios mantengan una hegemonía (aunque debilitada) y que surja un tercero (Ciudadanos) que pudiera hacer de bisagra o charnela para completar mayoría bien con el PSOE, bien con el PP, en función de cuando triunfa uno u otro.

En los años 80, cuando el PSOE mantenía una mayoría muy notable en el Parlamento, algunos nos atrevimos a reflexionar y exponer que llegaría un día en que esas mayorías no existirían y que sería bueno contar con un aliado que no fuera obligadamente una fuerza nacionalista, pues las exigencias de arrebatar continuamente competencias al Estado lo harían poco aconsejable. En aquellos tiempos existía esa fuerza política nacional que pudiera tener la función de completar mayoría, el CDS de Adolfo Suárez.

Ni en el PSOE ni en el PP se tomó en consideración aquella propuesta, más atentos a succionar los votos que tenía el CDS. Cuando llegó la época de minorías mayoritarias, el nacionalismo apoyó al partido ganador con un precio muy alto, ir elevando continuamente el nivel de las competencias del Gobierno de la comunidad autónoma.

Ahora estamos en un escenario mucho más preocupante. La parálisis de la UE, la crisis de los refugiados que llegan a Europa, el renacer de la Guerra Fría con el dirigente Vladimir Putin violando todas las reglas, las guerras de Oriente Medio y la desafiante actitud del nacionalismo catalán no favorecen una salida acordada a la situación de desesperanza que alarma a muchos españoles.

Los actores políticos, periodísticos, intelectuales y sindicales parece que padecen un embotamiento mental. La inmensa mayoría de los que escriben o hablan proponen la reforma de la Constitución como la solución de todos los problemas. Algunos añaden la necesidad de un relevo generacional, en un país que en el plazo de 25 años desde el periodo constituyente renovó el Parlamento entero.

Es cierto que las instituciones, así como el marco jurídico que las sustentan, deben someterse a la revisión que exija el cambio de paradigmas culturales o económicos, adecuándose a la realidad de la sociedad que regula. Como explicó Von Humboldt, allí donde la Constitución ignore las leyes espirituales, políticas, sociales, económicas y culturales de su época carecerá del germen imprescindible de fuerza vital.

En España se acostumbra a caminar de un extremo al otro. Se mantiene en un fanal la Constitución, como códice intocable, o se pasa a considerar que es un texto viejo e inservible que habría de colocarse del revés. Dos actitudes cerriles que nos recuerdan la afición autodestructiva de nuestro país; hay muchos que no soportan con comodidad un largo periodo de democracia y convivencia: ¿35 años prosperando?, ¡tenemos que hacer algo para que descarrile! Es en ese contexto en el que hay que inscribir la turbia rebelión de los nacionalistas catalanes y los drásticos cambios que se anuncian para las elecciones del 20-D.

Según los sondeos telefónicos (de escasa fiabilidad) se pronostican unos resultados que darían un Parlamento muy fragmentado. Pero analizando cuidadosamente las tablas de las encuestas puede preverse un resultado más estable. Quiere esto decir que no será tan cerrado el empate pronosticado entre PSOE y PP, sino que el primero se separará más claramente del segundo; y tras ellos dos partidos que parecen estar sobrevalorados en los sondeos, Ciudadanos y Podemos, quizás como reflejo de la promoción continua que les hacen los operadores de televisión (especialmente la cadena La Sexta).

En todo caso el partido ganador, es decir el que obtenga más votos (esta explicación, una simpleza, se hace obligada después de los comportamientos de las autonómicas catalanas, en la que se medía el éxito no por recibir más votos que los demás, ni siquiera por obtener más votos que en la elección precedente, sino en relación con lo anunciado por las encuestas, ¡oh!), se verá obligado a contar con al menos otro partido para obtener la mayoría que permita gobernar con solvencia y estabilidad.

Y ahí entrarán en juego las preferencias ideológicas pero sobre todo los programas. Acordar medidas que sean útiles para la resolución de los problemas de las personas y que faciliten la vitalización de las instituciones, descartando las falsas expectativas en el vacío, que podrían desandar los progresos de los últimos 35 años, con un saldo excepcional respecto a la España de los dos últimos siglos.

Alfonso Guerra.-

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