domingo, 24 de enero de 2016

Mucho listo pero sin gobierno

No es el momento de determinar que líder político es más astuto para meter a su adversario en apuros. Llegados a este punto se evidencia que España necesita un sistema de segunda vuelta electoral.


Jaime Armengol  

El viernes, los analistas políticos destacaban la habilidad estratégica, técnica o práctica de unos y otros líderes españoles, como si estuviera en juego analizar estas capacidades, y no algo mucho más trascendente: la gobernabilidad del Estado. Sucesivamente, asistimos a comentarios del estilo "Pablo Iglesias descoloca al PSOE", "a Pedro Sánchez se le abre el cielo de Madrid" y, ya a última hora, "el presidente Mariano Rajoy nos da la lección definitiva con su renuncia momentánea". Quien acaba mandando en un partido se le presupone inteligencia, como la valentía al soldado. Pero siendo el olfato político y la capacidad de análisis dos factores necesarios, distan mucho de ser suficientes para imponerse. Lo saben bien tantos y tantos perdedores como ha dejado la política.
 
Lejos de despertar tanta admiración, el viernes de consultas con el rey Felipe VI fue ciertamente exasperante. Comenzando cronológicamente por el líder de Podemos, que lejos de ir a contarle al monarca las negociaciones que había llevado a cabo, le dijo las que iba a emprender a partir de ese momento, utilizando el procedimiento para la investidura del presidente del Gobierno como un ariete contra el PSOE. Una vez más se demuestra que la especialidad de Iglesias pasa por estirar al máximo sus resultados. Su mérito es construir un partido de la nada, recogiendo el desencanto y la indignación, pero institucionalmente Podemos y sus confluencias aún no han demostrado nada. Los golpes de efecto le servirán un tiempo, no todo el tiempo.
 
Lo de Sánchez es otro cantar. Su partido no le deja margen de maniobra, y pisa huevos vaya por donde vaya, esquivando las pedradas de los de fuera. La legítima ambición por formar gobierno choca con su supervivencia al frente del PSOE. El sanedrín socialista formado por algunos barones territoriales y los patriarcas-santones que viven de las rentas, le han puesto un precio muy alto. Demasiado para alguien que no hace más que administrar lo mejor que puede un PSOE que le fue entregado en estado tórpido. Si hiciera caso de lo que le dicen las voces mayoritarias del comité federal, y de algunos regionales como el de Aragón, Sánchez no tendría que ir a la investidura hasta que Albert Rivera dijera si le apoya.
 
Dicho lo cual, ¿descansamos ahora la responsabilidad del nuevo Gobierno en Ciudadanos, en una especie de requiebro siguiendo el ejemplo danés? ¿Esa es la nueva política? La ventaja es que Ciudadanos parece un partido verticalísimo, donde las bases territoriales son apenas un concepto, en manos del bureau central. Lo más parecido a una franquicia, donde los socios locales tiran de manual de uso y de cuaderno de ventas, sin mayor criterio ni opinión.
 
Y Rajoy. Ay, Mariano, lo mejor que podría haber hecho ya en su momento era dejar paso a otro candidato popular. Tras una legislatura muy dura tendrá para siempre el marchamo de presidente de los recortes y de las subidas de impuestos, y el del líder del PP que no supo atajar una corrupción sistémica y vergonzante. Quiso el destino, o los poderes policial-judiciales, que el mismo viernes que se ponía de canto para la investidura, un juez imputara al PP por el caso de los ordenadores de Bárcenas destruidos en la sede y que el último caso de corrupción a gran escala, el de Acuamed, entrara de lleno en la Moncloa y salpicara nada menos que al subsecretario de Presidencia la corrupción del PP. A Sáenz de Santamaría, el viernes con gafas y mala cara, no le quedó más remedio que cesarlo, esperando que la maniobra de Rajoy para emparedar a Sánchez dé algún resultado.
 
Hasta el 20-D, era pensamiento comúnmente aceptado que el gran problema del sistema electoral español venía del bipartidisimo. Y esto es así hasta cierto punto, puesto que lo que fomenta de facto nuestro sistema electoral es la hiperrepresentación territorial que permite a los nacionalistas seguir cortando el cupón aunque ahora esté en manos de cuatro partidos, y no de dos. La perniciosidad de nuestro modelo, fue ajustar a la baja la España de los comunes, dejando los equilibrios políticos en manos de vascos y catalanes (hoy en plena enajenación).
 
¿Esa es la nueva política? ¿Dos bloques ideológicos representados en PSOE-Podemos por un lado y en PP-Ciudadanos por otro, que cuando están muy cerca siguen secuestrados por los dictados de las minorías? No es el momento de determinar que líder político es más astuto para meter a su adversario en apuros. Llegados a este punto hace falta más altura de miras, y proclamar que España necesita un sistema de segunda vuelta electoral. Hasta ahora esta segunda vuelta, cuando había sido necesaria, venía implícita en las negociaciones parlamentarias. Con la erosión del bipartidismo es insuficiente. En países como Alemania lo tuvieron claro. Fueron los primeros en desembarazarse de la tiranía de las minorías, y un gran acuerdo liberó a las instituciones de la imposición de partidos pequeños sin escrúpulos ideológicos para garantizar gobernabilidades.
 
 ¿A qué estamos esperando?

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