domingo, 25 de octubre de 2015

El velo, ¿rebelión o sumisión?

VUELO SIN MOTOR
 
Velo
 
 
El buen amigo Félix Teira
 
 
Usted prohibiría en las aulas el velo que usan las mujeres musulmanas? Lo pregunto a raíz de la polémica suscitada por un profesor de la Facultad de Educación de Zaragoza, apartado cautelarmente de la docencia del grupo, que echó de clase a una alumna por usar hiyab. Yo no lo tengo claro, por eso aviento las semillas del debate.
 
Me las doy de tolerante, de ahí los escrúpulos. Por distancia generacional no me gustan los tatuajes, las vestiduras góticas ni las crestas multicolores que usan los jóvenes; pero me parece muy bien que las exhiban, faltaría más. Recuerdo que en el colegio falangista donde me maleduqué, a comienzos de los 70, si el pelo alcanzaba la oreja te privaban de la salida dominical. Los jóvenes expresábamos la rebeldía imitando la melena de los Beatles; o las de Arrúa o Kempes, los futbolistas siempre han marcado estilo. Fue la mujer la que rompió tabúes de indumentaria: desde la minifalda al bikini. Era una fase de la emancipación femenina que comenzó en el último tercio del siglo pasado y ha cambiado la estructura social y el rol de la mujer. A las pioneras, en la España de medio luto del franquismo, se las trató de casquivanas, frescas... Sí, también de algo peor. Después comenzó la lucha por los derechos de los homosexuales. Aunque hemos avanzado y Rajoy asista a las bodas, los jóvenes homosexuales que viven en pueblos y ambientes cerrados sufren el rechazo y la burla social. El derecho a ser y vestir como a uno le dé la gana es una conquista social, no un regalo. En los movimientos sociales, los símbolos externos en la indumentaria son un signo de rebelión.
 
Vuelvo al velo. Su uso por las mujeres musulmanas, o por las que les apetezca llevarlo, sería una cuestión intrascendente si no revelara en ciertos casos un estigma de sumisión. Cuestionar la vestimenta de algunas mujeres árabes en España puede ser tildado de islamofobia, pero ha costado mucho lograr la igualdad de género. Mi tolerancia de salón se resquebraja cuando conozco vejaciones contra la dignidad femenina. Esta misma semana el Tribunal Supremo ha ratificado la pena de cárcel para la familia de una mujer paquistaní que fue encerrada en un piso para evitar que se divorciara; la salvó la nota manuscrita que lanzó por el balcón para que alguien avisara a la policía. De vez en cuando saltan a la prensa noticias de matrimonios impuestos y repudios familiares a las mujeres que contravienen las normas. Mucho peores son los casos de ablación de niñas, como acusa la luchadora Nawal el Saadawi; miles de mujeres mutiladas viven en España, hasta tal punto que Cataluña se plantea incluir en la Seguridad Social la operación de reconstrucción del clítoris.
 
¿Qué tiene esto que ver con el velo? Ya le dije que no lo tengo claro. Si una mujer árabe puede conducir, estudiar, elegir con quien se casa, divorciarse si lo considera y, solo si le diera la real gana, bañarse en bikini en la piscina del barrio, me parecería el velo un adorno tan anodino como respetable. Si no puede tomar esas decisiones simples, el hiyab la señala como oprimida. He pasado años en las aulas y no he echado a ninguna muchacha por llevar velo. Tampoco condenaría a un profesor por hacerlo. Ah, ahora me molesta que el pelo alcance la oreja. Lo uso corto porque me da la gana, no porque me obligan.
 
 Escritor

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