domingo, 20 de noviembre de 2016

Peligro. Carretera cortada

VUELO SIN MOTOR: " El amigo Félix "





Mis abuelos vivieron un poco mejor que mis bisabuelos. Viajaron en tren, vieron coches por las calles y tractores en los campos; incluso disfrutaron de un extraño y voluminoso aparato donde mostraban imágenes de la otra punta del mundo. Ah, el progreso. Mis padres vivieron mejor que mis abuelos; llenaron los hogares de neveras, lavadoras y chismes que hacían la vida cómoda. La Historia, así, con mayúscula, era como las escaleras mecánicas de los grandes almacenes, subías y subías. Yo vivo mejor que mis padres. La generación de mediados de los cincuenta huimos de los pueblos dejando media España vacía, asistimos al nacimiento de la democracia y accedimos a puestos de trabajo estables, como corresponde. Se inició otra revolución silenciosa: la liberación de la mujer. Para nosotros fue cierto aquello de que la educación era una palanca de ascenso social. En la España atrasada y rural se necesitaban técnicos y profesionales multiusos para lograr un país urbano que alcanzara a los europeos. Y los alcanzamos. El progreso tecnológico, como una lluvia pertinaz, milagrosamente llegaba hasta los pobres. Había ricos, claro, y riquísimos, pero la mayoría éramos clase media, que era una cosa que estaba medio bien. Estábamos convencidos de que el progreso era un tornillo sinfín y la historia (ahora con minúscula) nos abriría horizontes. Llegó internet, la robotización, la nanociencia... Lo esperable en esta progresión es que nuestros hijos vivieran mejor que nosotros.

¿Sus hijos vivirán peor que usted? ¿Usted ha perdido posiciones económicas desde hace diez años? Si ha contestado con dos afirmaciones estamos en peligro, carretera cortada. Puede parecer una argumentación elemental, pero en la respuesta a estas preguntas radican fenómenos como el brexit, la victoria de Trump o el ascenso de Marine Le Pen. Desde el inicio de la crisis, la desigualdad en las sociedades occidentales aumenta. El sistema no da respuestas, o las da para unos pocos. Tras el fin de la Historia, anunciado por Fukuyama cuando se desintegró la URSS, creímos que el capitalismo, único gallo del corral, generaría riqueza. Paralelamente la democracia controlaría su reparto más o menos equitativo. En eso habíamos quedado. Pero hemos comprobado que el capitalismo especulativo, el que originó la crisis, anula al capitalismo emprendedor. Y la democracia, una gacela entre cocodrilos, está supeditada al primero. Comienza la frustración y el descrédito del sistema.

A ello se añade el fenómeno de la emigración, consustancial a la humanidad, que siempre ha viajado buscando pan y huyendo de la muerte. Los naturales de un territorio ven a los recién llegados como potenciales enemigos, sobre todo cuando el trabajo (qué ironía aquello de la sociedad del ocio y derecho a la pereza, ¿se acuerda?) se ha vuelto un bien escaso.

Demasiados ingredientes aversivos en la coctelera: el desprestigio de la democracia porque no aporta soluciones, la certeza de que el futuro de los jóvenes está en el aire y el recelo a los emigrantes, que ya no son vistos como los que realizan los trabajos penosos sino como competidores en el mercado laboral. Ahora enciérrese en una cabina para elegir a quién vota y eche la cortinilla. A los amigos les dirá que sigue votando a partidos progresistas, pero ¿qué votara? Por eso las empresas demoscópicas no aciertan ni una.

Escritor

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