martes, 12 de julio de 2016

Dignitas

. La continuidad de Mariano Rajoy es la de una gestión anquilosada


ANTONIO ELORZA

El concepto romano de dignitas cubre un campo de significación, al mismo tiempo, más preciso y más complejo que el de su traducción española. Designa el conjunto de valores éticos y políticos que una vez en posesión de un ciudadano legitiman su prestigio. Igual que sucediera con la auctoritas, la dignitastuvo su expresión icónica en el retrato de la Roma republicana, conforme mostró hace ya mucho tiempo el historiador Bianchi Bandinelli.

La recuperación del término, dado ese contenido singular, viene a cuento por definir una situación claramente diferenciada del ejercicio concreto del poder. En la coyuntura actual resulta adecuada para calificar a una serie de personajes políticos, y en particular al presidente en funciones del Gobierno, a la hora de estimar su idoneidad para seguir mandando, por encima del juego de alianzas, votos favorables y abstenciones. La distinción unamuniana entre vencer y convencer es aquí plenamente aplicable, a la vista del modo de ejercer el poder de Mariano Rajoy, tanto en el plano ético como en su política económica. Acusarle de indecencia, como hizo torpemente Pedro Sánchez, carece de sentido. Puede jugar al dominó sin hacer trampas, ser un buen padre e, incluso, un marido leal y apasionado. Nada de esto importa. Sí cuenta en cambio la permanente tolerancia con la corrupción en su partido, la protección a la señora Barberá, la ceguera voluntaria ante los casos de Soria y Fernández Díaz. Rajoy ha demostrado ser un buen maniobrero desde posición fija, un adversario taimado que, antes frente al PSOE y ahora frente a Ciudadanos, se preocupa más de poner en práctica un instinto vengativo que una vocación de ese Gobierno por el bien común que en principio debe guiar al hombre público conservador y católico. Gran líder, para nada; astuto y autoritario, de sobra. Su continuidad, producto del miedo y de la colaboración radical, nos ofrece otra continuidad, la de una gestión anquilosada, atenta en primer lugar al criterio de lealtad al poder, con niveles insoportables de desigualdad y de incompetencia en el plano cultural. El déficit de dignitas en Rajoy dista así de ser una cuestión secundaria: en una democracia representativa, la resignación es culpable.

Claro que si esto sucede es porque en la acera opuesta otro liderazgo, supuestamente renovador, ha carecido de dignitas en dosis comparables. Queriendo ser Cicerón, actuó como Catilina: frente a su declaración de principio, desplazar al PP, ha provocado su consolidación.

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