sábado, 14 de mayo de 2016

Iphone

Aylan Kurdi fue la víctima propiciatoria que necesitaba la mala conciencia del mundo para ¿despertar? En todo caso, se adormeció otra vez muy rápido.





Nunca un cadáver célebre nos había durado tan poco. En septiembre de 2015 Aylan Kurdi apareció ahogado en una playa turca después de que su familia intentara huir de Siria. Ese día se ahogó también su hermano Galip, de cinco años (y la madre de ambos), pero no hubo fotos, así que el cuerpo de Aylan Kurdi —tres años, la cara hundida en el agua— fue la víctima propiciatoria que necesitaba la mala conciencia del mundo para ¿despertar? En todo caso, se adormeció otra vez muy rápido. Pasamos de las promesas de recibir inmigrantes a carradas en septiembre de 2015, al pacto firmado en marzo entre Europa y Turquía que —con idas y vueltas— propicia expulsiones masivas y la construcción de corrales —corrales— de refugiados en ese país a cambio de 6.000 millones de euros. Parece mucho dinero, pero no hay que reparar en gastos cuando se trata de preservar a la civilización del avance de los bárbaros. En los largos días de la corta muerte de Aylan Kurdi, uno de los argumentos con los que se justificó la publicación de la foto fue: “Puede ser el hijo de cualquiera de nosotros porque no está disfrazado de ninguna etnia rara. Está totalmente occidentalizado: un niño con unos ‘shorts’, una camiseta, pelo corto. Podría ser el hijo de cualquier europeo”. Disfraz, etnia rara, occidentalizado. Cruda, simple como el miedo, la frase resumía todo: Aylan era un muerto tan conmovedor porque era un muerto normal. En cambio, todos esos seres disfrazados de etnias raras que ahora intentan sortear la frontera, aunque estén muy vivos, no lo son. ¿Alguien recuerda esa palabra que nos gustaba tanto: globalización? ¿Se sabe qué fue de ella? Quizás si El Corte Inglés lanzara una oferta del tipo “Adopte un refugiado y le regalamos un iPhone”, la gente lograra entusiasmarse y podríamos, aún, recuperarla. A la palabra. A la gente no.

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