ENMA RIVEROLA
Qué hubiera hecho Hitler con un
móvil en la mano y la posibilidad de escribir tuits? ¿Y Stalin? ¿Y Nerón? Esos
hombres que pueblan las páginas de los libros de historia con sus territorios
conquistados, sus matanzas y sus venganzas. «En el día de hoy, cautivo y
desarmado el Ejército Rojo, han alcanzados las tropas nacionales sus objetivos
militares. La guerra ha terminado». ¡Justo! 140 caracteres, la victoria de
Franco cabe en un tuit.
Imaginemos
una noche tonta de Atila. Una mala digestión de Iván el Terrible. Un momento de
ira de Pol Pot. En un tuit no hay lugar para los matices, para las miradas de
condena o de clemencia ante una orden. Con 140 caracteres se puede llamar al
odio, a la violencia, al vandalismo.
El
presidente norteamericano, Donald Trump, se paseó recientementepor Europa. Se
reunió con los principales presidentes. De regreso, elevó la tensión con
Alemania a golpe de tuit. Usando algunas palabras en mayúsculas, esas que destilan
tanta determinación como mala educación. Pasada la medianoche del martes
escribió un mensaje inconcluso y sin sentido. La aparición de una palabra
inexistente, covfefe, despertó hilaridad en las redes. Y sí, la anécdota tiene
gracia, pero el trasfondo no, ninguna. La historia está llena de personajes que
lograron hacer entrar en razón o, al menos, matizar los delirios de los
poderosos. Muchos pagaron sus consejos o sus intrigas con la vida. La idea de
un Trump sin filtros aleccionando al mundo no es divertida.
*Periodista
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