domingo, 21 de febrero de 2016

Morir de éxito

Vuelo sin motor: "el amigo Félix "
 
 
Félix Teira
Una característica consustancial del capitalismo, especialmente del capitalismo especulativo que espera en "la nube" para invertir o castigar, es generar desigualdad. La desigualdad conduce al radicalismo. Esta particularidad ya la advirtió lúcidamente Marx y consagró su vida a teorizarla. Hacia 1850 la revolución industrial estaba en su apogeo, alimentada por un capitalismo rampante que mantenía a masas de obreros, niños y mujeres incluidos, con jornadas de trece horas, en la miseria exacta para que no murieran de hambre. Marx, un periodista de clase media, casado con la hija de un aristócrata prusiano y padre de hijas bellísimas, comprendió que esta contradicción estallaría tarde o temprano. Y estalló una vez muerto. En su nombre se erigieron dictaduras abyectas que aplastaban cualquier disidencia. Lo cuenta Galbraith en La era de la incertidumbre. Por cierto, lamenté el fallecimiento de J.K. Galbraith, capaz de exponer con la claridad de un maestro de escuela los conceptos enrevesados de economía. Lo poco que sé de esta ciencia se lo debo a sus libros.
 
Actualmente el capitalismo especulativo sigue generando desigualdad y, por consiguiente, radicalismo. A esa conclusión llega Piketty en El capital en el siglo XXI. Y lo podemos comprobar en España. Las clases medias lo haríamos bien o mal, pero hacíamos lo de siempre: lo que nos mandan. De repente nos cae como una maldición una crisis brutal que nos empobrece. Para culpabilizarnos nos dijeron que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Las medidas para salir del agujero fueron extremas: recortar el estado de bienestar, adelgazar nóminas y derechos de los trabajadores y aumentar el paro. Este austericio, del que se burlaba Stiglitz en Davos hace diez días ("Están cantando victoria por bajar el paro del 25% al 22%. Yo digo que una economía con ese paro, con un desempleo juvenil del 50%, está en depresión"), ha provocado las dos secuelas antedichas: desigualdad (échenle una ojeada al informe Oxfam) y radicalismo: 6'5 millones de votos a la izquierda del PSOE.
 
Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la dictadura soviética extendía su manto asfixiante por media Eurasia, el capitalismo occidental atenuó sus aristas y tomó impulso un injerto que combinaba el dinamismo de la economía de mercado con los derechos sociales: la socialdemocracia. Los países que la adoptaron lograron sociedades equilibradas, que no quiere decir aberrantemente igualitarias. Sin embargo el 1989 cayó el Muro de Berlín y se desmembró la URSS. Fukuyama habló del fin de la Historia: la lucha entre ideologías contrapuestas había acabado y se imponía la economía de mercado. Campo libre para los excesos del capitalismo, un modelo capaz de generar riqueza e ilusión sólo cuando se conjuga con derechos sociales. El peligro, cuando no tiene cortapisas (que ni siquiera están en manos de los representantes democráticamente elegidos), es que prosiga su espiral de desigualdad. Ahora mismo está contribuyendo al florecimiento de partidos xenófobos en la UE (si no llega la tarta para todos, echemos a los extranjeros) o las posturas radicales (repartamos la poca tarta que queda). Marx, fumador empedernido y gran consumidor de cerveza, llevó una vida errante y lastimera por verlo con claridad y denunciarlo. Al menos tuvo un amigo que lo ayudó. Sonreirá en su tumba londinense.
 
Escritor

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